El dólar blue pasó un febrero sin mayores sorpresas, incluso marcó la primera baja mensual desde octubre de 2022. Y esa tendencia se profundizó en el arranque de marzo. Los dólares financieros también. En el medio, en el mercado oficial de cambios hubo todo menos calma: el Banco Central (BCRA) tuvo que intervenir con casi US$880 millones para suplir la demanda.
Enero y febrero suelen ser meses de “sequía cambiaria”, lejos de las divisas de la cosecha gruesa que comienzan a ingresar desde el segundo trimestre. A esto se suman dos factores que presionan el escenario en adelante: un clima extremo que, según estimaciones privadas, podría significar una pérdida de al menos US$8000 millones, y elecciones que podrían provocar más incertidumbre y, por ende, mayor dolarización.
Primero, un diagnóstico de lo que ocurre hasta el momento. “Después del cimbronazo de enero, están más tranquilos, pero el tipo de cambio oficial está acelerándose más rápido, la tasa no baja y eso contiene, y, por otro lado, el MEP y el contado con liquidación [los dólares financieros] están más abastecidos por los turistas extranjeros”, explica María Castiglioni, socia de C&T Asesores Económicos.
Por otro lado, suma que hay menos demanda de los que salen del país, quizás un tanto desanimados, por las restricciones para viajar y el dólar Qatar, que suma al 30% de impuesto PAIS, un 45% de percepción a cuenta de Ganancias o Bienes Personales un 25% extra a cuenta de Bienes Personales y lleva el valor por arriba de los $400.
“Pero todo esto está muy atado con alambres”, apunta la economista, y sigue: “Las reservas caen de forma sistemática y deteriora los ratios contra los pasivos financieros del Banco Central”.
Los tres factores que pueden terminar con el “veranito cambiario”
En adelante, el escenario puede cambiar por al menos tres factores. Por un lado, la sequía: “En enero y febrero, cayeron las cantidades exportadas con una sequía que va a restar entre US$8000 millones y US$10.000 millones de exportaciones: eso es menos oferta, y si la demanda sigue igual, el precio sube”, señala Matías De Luca, analista de la consultora LCG.
Algo de ese efecto ya va a empezar a sentirse en breve, coinciden los economistas. “En contraste con los últimos dos años, los precios internacionales no compensarán los menores volúmenes de cosecha agrícola a raíz de la sequía”, añade Santiago Manoukian, economista de Ecolatina.
“Eso es un puente más largo hasta la próxima cosecha gruesa producto del desplome en la cosecha de trigo. Además, el adelantamiento de ventas que produjo el ‘dólar soja 2.0′ deja menos producto a vender en el primer trimestre y generó incentivos para retener a la espera de una nueva edición”.
Por otro lado, un segundo factor de tensión cambiaria es la deuda del Tesoro, añade De Luca. “Si siguen renovando esa deuda no va a haber ningún desastre”, señala. Juan Ignacio Paolicchi, analista de Empiria, suma interrogantes en este punto: “Hay que ver qué decisión toma el Gobierno con la deuda en pesos, pero también qué va a hacer el gobierno que viene: todo esto es un potencial problema”, apunta.
Además, hay un tercer factor clave en el año electoral: el ruido político. “El oficialismo va a tener una inflación alta con un ministro de Economía que es políticamente relevante: hay que ver qué decisiones toma puertas adentro el Gobierno, qué hará Sergio Massa cuando la inflación no baje y cuando le pidan aumentar el gasto público para financiar las elecciones”, resume Paolicchi.
Finalmente, el fin del veranito cambiario estará signado por la política cambiaria y monetaria en general. “La política cambiaria estará tensionada por un atraso cambiario que no se corregirá (se administrará convalidando un ritmo de devaluación más en línea con la inflación), por lo que -junto a la brecha elevada- seguirá siendo funcional a un exceso de demanda de dólares en el mercado cambiario”, apunta Manoukian.