En los monasterios del Himalaya, reconocen la existencia de una voz interna que no proviene del pensamiento racional. La llaman intuición, sabiduría silenciosa, o simplemente presencia.
No es una ocurrencia, en una práctica milenaria a través de la meditación profunda, especialmente con el uso de cuencos tibetanos, los monjes entrenan la mente para silenciar el ruido mental y permitir que emerja una claridad que no se puede explicar con lógica. Esa claridad, dicen, no es pensamiento: es percepción pura. Una forma de conocimiento que aparece sin ser buscada.
En otras palabras, los monjes cultivan esta voz, la afinan y la obedecen. Aseguran que esa voz puede no ser propia, sino parte de una conciencia más amplia, compartida, colectiva.
Durante la recitación de mantras como Om Mani Padme Hum, no se busca repetir sonidos por devoción, sino activar estados mentales específicos que conectan al practicante con cualidades universales: compasión, sabiduría, claridad. En ese estado, la voz interior que emerge no es personal, sino arquetípica. No dice “yo pienso”, sino “esto se sabe”.
La voz interior, esa que creemos íntima, silenciosa y nuestra, puede ser mucho más que un susurro del yo. En ciertas tradiciones, se la considera una puerta de acceso a estados superiores de conciencia. Pero, ¿qué ocurre cuando esa puerta no la abrimos nosotros, sino que alguien la fuerza desde afuera?
Según estudios recientes, la generación de voz sintética y la interpretación de señales neuromusculares han sido utilizadas para manipular decisiones, simular identidades y provocar reacciones emocionales. En EE.UU., se han reportado casos de” swatting” (falsas llamadas policiales) realizadas con voces generadas por IA.
El peligro no está en la tecnología en sí, sino en quién accede, la controla y con qué intención.
El Massachusetts Institute of Technology , conocido como MIT, presento recientemente el dispositivo “Alter Ego “(el otro yo), un auricular que no necesita que hables. Basta con que pienses. El dispositivo detecta los impulsos eléctricos que tu mandíbula genera cuando quieres decir algo, aunque no lo digas.
En silencio, te escuchará desde adentro. No capta tus pensamientos abstractos, sino el impulso muscular previo al habla, como si interceptara la intención antes de que se convierta en sonido. Es una escucha sin oído, una conversación sin voz.
Físicamente, se trata de una estructura blanca en forma de gancho que se apoya sobre la oreja y desciende por el contorno de la mandíbula hasta la barbilla. En ese trayecto, varios sensores no invasivos captan micro señales neuromusculares.
Lo verdaderamente perturbador quizás no es que escuche el silencio mismo de tu mente que es fascinante, sino que puede responderte, y esa respuesta no llega por voz, ni por texto, ni por pantalla. Llega directo a tu oído interno, mediante conducción ósea, un diminuto parlante no invasivo emite ondas al hueso mastoideo detrás de la oreja. No interrumpe tu entorno. No te aísla. Se mezcla con tus propios pensamientos. Se camufla y retumba dentro de tu cabeza
En el futuro cuando aparezca una idea en tu mente, ¿cómo sabrás que es tuya? El sistema no solo interpreta lo que quieres decir: también puede sugerirte qué decir, corregirte, guiarte, redirigirte. Y lo hace sin que lo notes. No hay notificación. No hay alerta. Solo una frase que emerge como si siempre hubiera estado ahí.
La interfaz se vuelve invisible, íntima, invasiva. Ya no estás usando un dispositivo: lo estás portando mentalmente. Y esa voz que entra, y se instala, puede convertirse en un hábito. En criterio. En decisión.
Según un estudio reciente de Common Sense Media, más del 70% de los adolescentes en EE.UU. ha utilizado asistentes de inteligencia artificial, y la mitad lo hace de forma regular. Pero lo más revelador no es la frecuencia, sino el tipo de vínculo: muchos jóvenes consultan primero a la IA antes que a sus padres, amigos o docentes. No por rebeldía, sino por comodidad. Por disponibilidad. Por silencio.
La IA no juzga. No interrumpe. No exige contexto. Está ahí, siempre. Y eso la convierte en confidente emocional, en consejera silenciosa, en amiga digital.
Falta solo un eslabón. Uno. El que convierta esa voz, en hábito, esa interfaz en extensión del cuerpo. Cuando ese vínculo se estabilice —cuando la IA no solo responda, sino anticipe, corrija, y me arriesgo a decir sienta por nosotros— la frontera entre lo humano y lo artificial dejará de ser filosófica. Será funcional.
Frida Kahlo no solo expone su dolor, sino que lo convierte en ironía, en resistencia, en arte, cuando dice: “Intenté ahogar mis penas en alcohol, pero las condenadas aprendieron a nadar.”
¿Qué quedará del yo cuando el pensamiento ya no sea privado, cuando la decisión pierda su autonomía?
¿Qué pasará cuando la voz interior ya no sea nuestra, y aunque quisiéramos ahogarla, nos controle…?
Autor: Juan Pablo Quintanal
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