Carl Gustav Jung acuñó el término “sincronicidad”, para describir la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido, pero de manera acausal.
Jung creía que la sincronicidad implicaba una conexión entre nuestra mente (psique) y el mundo material; estableciendo una danza misteriosa entre nuestros pensamientos y los eventos externos. Hechos significativos que no tienen una relación de causa y efecto evidente, como si el universo estuviera enviando un mensaje a través de coincidencias.
Nuestra historia se sitúa en el Japón de 1940, Roy Yukio Suenaka, nacido en el seno de una familia samurái, se sumergió desde temprana edad en las artes marciales familiares. Al mismo tiempo nacía en Honolulu, Hawái, Paul Takeshi Fuji estadounidense, de ascendencia japonesa y aunque no tenía la rigidez de un código samurái, Fuji también se sentía atraído por la lucha y la superación personal.
En la adolescencia, Suenaka y Fuji cruzaron sus caminos en la escuela secundaria, donde la rivalidad se hizo presente desde el primer momento.
Sus enfrentamientos eran constantes, una lucha sin piedad para demostrar quién era más fuerte. Roy, en su biografía, recuerda haberse enfrentado a Paul Fuji prácticamente a diario, “por el simple hecho de demostrar quién era el más fuerte”.
El tiempo transcurrió y las vidas de los adversarios siguieron caminos diferentes.
Yukiro Suenaka buscaba su propósito en la vida. Había llegado a sus oídos el relato de un Almirante de la marina Japonesa. En él, describía como, un Maestro de Kendo, había sido vencido por un hombre, al cual no le pudo asestar ni un solo golpe.
En los pasillos de la Armada, se murmuraba que aquel hombre que practicaba un arte marcial desconocido era “intocable”…
Tras mucho peregrinar, logro su objetivo y finalmente Suenaka se encontró con el “intocable Maestro”, el mítico Moriteru Ueshiba, conocido como Ō-sensei, creador del actual arte marcial llamado Aikido.
Ese encuentro marcó definitivamente su vida, llevándolo a abandonar todo lo que había aprendido, para dedicarse por completo a la práctica del Aikido. Convirtiéndose así en uno de los representantes más importantes de este arte marcial a nivel mundial.
Por otro lado no es de sorprender que Paul Fuji, el antiguo compañero de combates de Roy Suenaka, también siguiera una vida relacionada con las artes marciales, especialmente en el boxeo occidental. Las crónicas de la época lo definían como “una máquina de tirar trompadas”, incansable, paciente y demoledor. El 30 de abril de 1967, Paul Fuji pasó a la historia del pugilismo al consagrarse Campeón del mundo en esta disciplina.
Y aquí es donde nuestra historia toma un giro y el tiempo nos enseña que la vida tiene recovecos extraños. Que el suceso más insignificante resuena en el tiempo y lo imposible puede suceder, que las coincidencias se convierten en las risotadas del destino, y la sincronicidad se manifiesta descarnada.
En 1968, en Japón, otro suceso también marcaría la vida de Paul Fuji de manera impensable. Durante un combate en defensa de su título mundial, Paul Fuji pierde por abandono en el décimo asalto. Su contrincante le propina una paliza histórica, sin que la “máquina de golpear japonesa” pudiera conectar un solo golpe.
El escenario apocalíptico que Fuji estaba sufriendo no era para menos, su rival en el cuadrilátero era el argentino Nicolino Locche, luchador no agraciado físicamente, pero que poseía una singularidad, era conocido como “El Intocable”.
En los pliegues del tiempo y el espacio, dos hombres apodados como “Intocables” dejaron una marca imborrable en las vidas de dos combatientes unidos por la pasión por la lucha. La sincronicidad, tejida con hilos invisibles, los conectó sin que jamás se cruzaran físicamente.
Autor: Juan Pablo Quintanal
X: @ecosdetlon
Contacto: