En octubre de 2024, en El escaneo de iris: ¿La Marca de la Bestia del siglo XXI?, advertí sobre los riesgos de entregar nuestras claves biométricas a cambio de un puñado de Worldcoin. La verdadera amenaza radica en que estos datos podrían convertirse en nuestra única identificación en el futuro. Sin embargo, el panorama actual es aún más preocupante cuando observamos el avance de las grandes empresas tecnológicas en la carrera por controlar la forma en que nos relacionaremos en el futuro.
Las tres empresas más influyentes del mundo—Microsoft, Meta y Neuralink—han asumido el rol preponderante en una nueva era, donde la individualidad humana está en juego y el control de la información global es el premio. Sus avances han superado la ficción, dejando a 1984 de George Orwell como un relato infantil en comparación con lo que se avecina.
Entre febrero y marzo de 2025, en distintas conferencias y entrevistas, Bill Gates, Elon Musk y Mark Zuckerberg coincidieron en que los teléfonos celulares están cerca de quedar obsoletos. Cada uno presentó una alternativa tecnológica desde la empresa que representa, vaticinando como profetas lo que ellos mismos llevarán a cabo.
Isaac Asimov, uno de los escritores que más reflexionó sobre el papel de la ciencia ficción en la sociedad, argumentaba que este género es una herramienta para preparar a la humanidad ante lo desconocido, ayudando a la civilización a aceptar cambios tecnológicos y científicos antes de que ocurran. La afamada serie Black Mirror, en su temporada más recientes, sigue el correlato de lo dicho por Asimov, mostrando cómo la tecnología invade al ser humano, despojándolo de lo más preciado: su libertad.
El control absoluto sobre la vida de los ciudadanos podría estar a la vuelta de la esquina, utilizando herramientas como la vigilancia extrema, la manipulación del lenguaje y la represión para mantener el dominio sobre la sociedad. Lo que parece una evolución tecnológica se está convirtiendo en un nuevo mecanismo de poder.
Los avances en tecnología y la lucha entre los titanes continentales, demuestran que estos anuncios no son meras especulaciones, sino tendencias que se concretan en plazos cada vez más cortos. Veamos algunos casos:
Bill Gates y la digitalización total: En 1999, en su libro Business @the Speed of Thought, Gates anticipó que en el futuro llevaríamos dispositivos que nos mantendrían conectados constantemente, permitiéndonos acceder a información y realizar transacciones electrónicas. Aunque los celulares existían desde la década de 1990, el punto de inflexión llegó en 2000 con la aparición de los smartphones.
Elon Musk y los cohetes reutilizables: El 22 de septiembre de 2014, Musk hizo declaraciones sobre la reutilización de cohetes durante la inauguración del sitio de lanzamiento de SpaceX en Boca Chica Beach, Texas. Su visión se cumplió apenas un año después, en 2015, cuando SpaceX logró aterrizar un Falcon 9 tras su lanzamiento, revolucionando la industria aeroespacial.
Mark Zuckerberg y el futuro de la realidad virtual: En 2015, Zuckerberg pronosticó que la realidad virtual y aumentada serían más omnipresentes que los teléfonos móviles. Apenas un año después, en 2016, Meta (antes Facebook) lanzó el primer visor Oculus Rift, consolidando su incursión en el metaverso y liderando el mercado actual con Meta Quest.
Las tres predicciones tienen algo en común: parecían utópicas, pero fueron llevadas a cabo en los 12 meses posteriores a su anuncio.
Al febril e incansable trabajo por el control total de la moneda y los recursos naturales se le suma el control de nuestra mente y forma de relacionarnos. Los ingenieros sociales pugnan por quedarse con todo, proponiendo diferentes medios:
Mark Zuckerberg apuesta por las gafas inteligentes, que integrarán realidad aumentada y hologramas interactivos en tiempo real.
Bill Gates considera que los tatuajes inteligentes serán el futuro, permitiendo la comunicación y el acceso a información directamente desde la piel.
Elon Musk visualiza un mundo donde los implantes cerebrales permitirán la interacción digital sin necesidad de dispositivos físicos.
Los métodos pueden parecer más o menos invasivos, pero no se deje engañar, la letalidad sobre nuestra individualidad y derechos es la misma. Aunque Meta propone gafas inteligentes, lo hace por una razón estratégica: el 80% de la percepción sensorial humana depende de la vista. Estas lentes podrían integrarse de tal manera que lo único que podríamos ver sin ellas serían monótonos códigos QR en blanco y negro.
Bajo el paraguas de la universalidad, el mismo QR, según la gafa del país de origen, traduciría al instante ese código al idioma nativo del usuario con imágenes o videos en 3D. Una genialidad y un riesgo, como todo aquello en donde un tercero decide cómo debemos ver nuestro entorno.
Microsoft y Neuralink van más allá, siendo más invasivos, uno con un implante subdérmico con proyección holográfica y el otro con un chip intracraneal. Inimaginable es la secuencia de hechos que podrían desencadenar estos artilugios dentro de nuestros cuerpos. Pero lo realmente preocupante es su capacidad de exclusión.
¿Qué sucede cuando el tatuaje inteligente deja de actualizarse porque un cambio de política decide que ciertos sectores de la población ya no son compatibles con el sistema? ¿O cuando tu implante neuronal reduce el acceso a información porque tu perfil no se alinea con los parámetros establecidos? Lo que hoy parece una herramienta de avance puede transformarse en la línea que define quién pertenece al mundo digital y quién queda relegado a la periferia.
Un evento reciente refuerza esta preocupación: académicos de la UNAM han alertado sobre la creciente dependencia digital de la sociedad. En un informe publicado en enero de 2025, señalaron que los fallos tecnológicos recientes han demostrado nuestra vulnerabilidad. Ataques cibernéticos y errores masivos en empresas tecnológicas han puesto de manifiesto lo dependientes que somos de estas herramientas y cómo su interrupción afecta tanto a individuos como a organizaciones.
En el siglo pasado, los avances tecnológicos se medían en décadas; ahora, ese tiempo se reduce a pocos años...
Pero aún queda un último bastión. No se trata de huir de la tecnología ni de negarla, sino de conquistarla antes de que ella o sus dueños globales nos conquisten. Cada línea de código escrita fuera de los imperios digitales, cada red construida sin intermediarios, cada acto de resistencia contra la vigilancia total es un golpe al control unos pocos, sobre la mayoría.
El futuro que nos toca vivir en esta realidad, dicen, que aún no está escrito. Yo no estaría tan seguro. Pero de lo que sí estoy seguro es que no somos datos, no somos mercancía en un catálogo digital, y que, en algún lugar, en un servidor oculto, la mente de una joven no moldeada por algoritmos, está leyendo este texto y el primer destello de rebelión se está formando.
El verdadero dominio nunca estará en la máquina, sino en quienes tienen la voluntad de cuestionarla. Somos la anomalía, el error en la ecuación, la chispa que cambiará el código malicioso.
Autor: Juan Pablo Quintanal
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