Desde los albores de la civilización, la humanidad ha estado inexorablemente unida a la naturaleza, en sus manifestaciones, hallábamos respuestas a los avatares de la vida, reflejando nuestros temores y alabanzas.
Con el avance y progreso en ciencia y tecnología, el prisma con que se comenzó a ver la vida fue diferente y esa perspectiva primordial cambió.
¿Y si estuviésemos vinculados a la naturaleza y a la universo más de lo que creemos? Imagina que hay un código, una chispa divina que fluye a través de todo: materia, energía, conciencia y vida.
Los antiguos alquimistas buscaban esa “unidad primordial”, la esencia que subyace en todo.
Pensadores, filósofos y hombres de fe han debatido durante décadas sobre este enigma, a veces encontrando puntos en común y la mayoría de las veces llegando a dialécticas estériles.
Sin embargo, un hombre consagrado a las matemáticas es quien arroja al escenario una imagen, un esquema divino por así decirlo “La proporción áurea”.
Esta secuencia numérica que se manifiesta en esta proporción fue descrita por primera vez en la matemática india alrededor del año 200 a.C. por Píngala. Pero Leonardo de Pisa, conocido como Fibonacci, es reconocido por introducir la secuencia de Fibonacci en el mundo occidental a través de su obra “Liber Abaci”, y que luego llevada a la geometría, nos entregaría la intrigante “Espiral de Fibonacci”.
¿Qué tienen en común, un caparazón de caracol, un girasol y una oreja humana?
En una primera instancia nada tendría que ver una cosa con la otra y es aquí donde lo fascinante se revela; la Espiral de Fibonacci está presente en las tres.
Se podría pensar que esto es una simple coincidencia y sería una reflexión válida, pero si le dijera que en un estudio de más de 650 especies de plantas que presentan espirales, las mismas respetaban la secuencia de Fibonacci en más del 90% de los casos, o si le dijera que ni siquiera las formidables fuerzas de gravitación que doblan las galaxias y las obligan a rotar pueden escapar de esta secuencia. Creo que eso, ya no sería coincidencia.
Si la idea de un arquitecto universal es situada en el terreno de la ciencia ficción, agreguemos que la molécula del ADN humano, por cada ciclo completo de su espiral de doble hélice ¡también respeta la secuencia de Fibonacci!
El pensamiento fluye y de la imaginación fértil surgen interrogantes ¿puede ser esto realmente obra del azar?
En la búsqueda de respuestas, la secuencia de Fibonacci emerge como una vibración matemática que resuena en cada rincón del cosmos; es el esquema con el que se escribe el libro de la vida.
Desde las espirales de las galaxias, hasta las olas del mar, desde la disposición de las hojas en una rama, hasta la simetría de una obra maestra como la Mona Lisa, todo parece estar orquestado por esta secuencia divina.
Podemos teorizar que quizás no sea obra del azar, sino más bien un mensaje, un plano cifrado en el tejido mismo del ser; una firma cósmica que se entrelaza con nuestra molécula más elemental y que nos invita a considerar que esta secuencia es mucho más que una mera curiosidad matemática .
Los datos a analizar son de proporciones colosales y las implicancias de encontrar una conexión definitiva serian devastadoras para las convicciones arraigadas.
Con el advenimiento de las computadoras cuánticas quizás se pueda realizar una análisis diferente, que nos dé una visión más profunda, revelando en la maraña del caos, un orden; en la complejidad, una belleza; y en el ser, un designio.
La secuencia de Fibonacci se erige como un puente entre lo efímero y lo eterno; un hilo dorado que entrelaza todas las formas de vida en una danza infinita de crecimiento y perfección.
Autor: Juan Pablo Quintanal
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