Las vidrieras argentinas cambiaron de piel: la remera, el jean, el buzo o el vestido que se ve hoy en una tienda de barrio, en un shopping o en la web, muy probablemente no fue confeccionado en el país. De acuerdo a datos recientes, casi siete de cada diez prendas que se venden en Argentina son importadas, una transformación profunda que se aceleró en los últimos meses con la apertura comercial impulsada por el Gobierno y el desembarco masivo de plataformas como Shein y Temu, los colosos chinos de la moda ultrarrápida.
Ante este contexto, el cambio no es menor. Si contamos los primeros cinco meses del año, el país destinó más de u$s1.500 millones a importar ropa, algo que sacude a la industria textil local, con costos en alza, demanda en baja y una competencia que llega desde el exterior con precios que resultan imposibles de igualar.
De acuerdo a un informe de la Fundación Pro Tejer, el 67% de las prendas que se consumen en el país son importadas, cifra que crece si se registra la indumentaria que se comercializa en shoppings: 75% es extranjera.
