El juez de Garantías David Mancinelli es quien decidió mantener en la cárcel a los rugbiers acusados de matar a Fernando Báez Sosa, al avalar el pedido de la fiscal Verónica Zamboni. Mancinelli, por otra parte, sumó en 2020 el agravante de la alevosía a la calificación de homicidio agravado por el concurso premeditado de dos o más personas, una decisión también esencial en la historia del caso. “Extrema violencia desplegada y desprecio por la vida humana”, apuntó el magistrado en su escrito. Un día antes de que se decidiera la prisión preventiva, los imputados comparecieron ante él en su despacho en el Juzgado N°6 de Villa Gesell. Máximo Thomsen fue el único en llorar. “Un llanto de tristeza”, describió un presente. Blas Cinalli, el único en hablar, dijo en esa ocasión: “No quisimos matarlo”
Por otra parte, Mancinelli -un magistrado joven, de 40 años, oriundo de La Plata, titular de su juzgado hace cinco años, marcado por una aplicación de la ley tan rigurosa como humana- se negó a aceptar las nulidades planteadas por la defensa de los acusados a cargo del abogado Hugo Tomei, que atacó las ruedas de reconocimiento y habló de detenciones ilegales, defectos y fallas en el debido proceso.
En el medio del fragor habían quedado la captura y liberación de Pablo Ventura, falsamente incriminado por Máximo Thomsen, así como el sobreseimiento por falta de pruebas de Juan Guarino y Alejo Milanesi, ambos pedidos por la fiscal. Meses después, en medio del aislamiento obligatorio por la pandemia del coronavirus, el magistrado consideró su trabajo hecho cuando elevó el caso a juicio tras recibir el pedido de la fiscal Zamboni, luego de la instrucción más meticulosa de la historia penal reciente.
Luego, el expediente continuó para atravesar la conciencia colectiva argentina, como ningún otro crimen lo había hecho desde el femicidio de Ángeles Rawson seis años antes. Las decisiones de Mancinelli lo habían moldeado.
El juez mantuvo su silencio durante toda su intervención en el expediente, solo expresándose en sus escritos. Nunca concedió un reportaje. Hoy, a horas de que el Tribunal N°1 de Dolores dicte el veredicto para los ocho acusados, Mancinelli elige romper el silencio con Infobae.
-¿Qué recuerda del comienzo?
-El 18 de enero recibo un llamado del fiscal en turno, Walter Mércuri -el fiscal original del expediente- para disponer el allanamiento de una casa donde se alojaban diez jóvenes que aparentemente habían asesinado a un chico en la puerta de Le Brique. Presumí cuando recibí el llamado a las 7 AM que el caso iba a generar conmoción. Eran chicos atacando en patota a una sola persona en un lugar donde debía haber diversión. Con el correr de las horas empezamos a obtener información sobre la víctima. Antes de venir a Villa Gesell les había enviado un mensaje muy lindo a sus papás, les había dicho que se queden tranquilos, conocimos el trabajo social que hacía, su beca en el colegio que había obtenido. Supimos de Silvino y Graciela, los padres, que habían venido de Paraguay, la cultura de la inmigración argentina, que vienen con esfuerzo, con sueños, a trabajar en el país. Cuando supe eso, entendí que el caso iba a ser conmovedor.
¿Por qué este caso atravesó tanto a la sociedad?
-Porque sus características no pasaron desapercibidas. La palabra se generó por un motivo insignificante. Fernando esperó tomando un helado. El otro grupo dio una vuelta a manzana, esperó que no haya policías, incluso preparó un celular para filmar el ataque contra un joven indefenso. Por el otro lado, las bondades de Fernando captaron la atención de la sociedad. Era un hijo cariñoso, un compañero leal, un novio fiel, comprometido con tareas sociales. Silvino y Graciela criaron a un ser humano hermoso. No fue el justo el final que tuvo, no merecía ese martirio. Y la gente vio en Fernando a sus hijos, a sus hermanos. La sociedad ya no tolera la violencia, la prepotencia. Fernando fue abrazado como un símbolo de paz.