Después de haber sido procesado, condenado y pasado en prisión más de 500 días por causas de corrupción Lula da Silva asumirá la presidencia de Brasil el 1 de enero.
Será la tercera vez que asuma la primera magistratura y tiene varios desafíos por delante. El primero, volver a unir a los brasileños, manteniendo las diferencias, pero superando la grieta que construyó Jair Bolsonaro durante 4 años.
Fue uno de los países más castigados por la pandemia. Tuvo 36.302.415 de infectados y 693.734 muertos. En gran parte, porque Bolsonaro se demoró en sus políticas sanitarias al referirse durante meses como una "gripezinha" a la pandemia.
Pero las cuentas tampoco dan bien para el gigante latinoamericano. Tiene un rojo presupuestario y un gran problema con la seguridad social y la asistencia a los más necesitados y sin trabajo.
Bolsonaro logró que el Congreso le votara una suerte de "planes sociales" como los que están vigentes en la Argentina. El plan "Auxilio Brasil" entregó dinero todos los meses como subsidio. El presidente saliente lo subió a $600 reales (unos US$120) como un recurso electoral.
Lula con sus equipos de transición se concentró en lograr una prórroga del Congreso. Bolsonaro, a propósito, puso su último día de presidente como fecha de finalización de ese subsidio.
También tiene un fuerte desafío con la educación. Bolsonaro disminuyó los aportes nacionales bajo la excusa del federalismo brasileño. Así, bajó el porcentaje destinado en el presupuesto nacional.
Estados con mayores recursos como San Pablo, Río de Janeiro o Minas Gerais tienen un balance marcadamente a su favor frente a las escuelas del nordeste del país.
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