Arabia Saudita está aprovechando la crisis en Medio Oriente para lavar su imagen. El reino que busca tapar su historia de violaciones a los derechos humanos con multimillonarias inversiones deportivas, que incluyen la contratación de futbolistas de nivel internacional como Cristiano Ronaldo o Neymar, cumple hoy un rol de gran protagonismo en el conflicto. El gobernante y príncipe saudita Mohammed bin Salman, el hombre fuerte del país, sabe que está ante una oportunidad histórica de sellar un acuerdo de defensa con Estados Unidos, que lo considera un aliado fundamental para contraponer la influencia de Irán en la región. La Casa Blanca ha sido históricamente indulgente con el reino. El petróleo saudita es clave para sus propios intereses. Por ello, Washington ha mantenido una posición condescendiente ante casos dramáticos que involucraron al Riad, como el brutal crimen del periodista disidente Jamal Khashoggi, asesinado y descuartizado en noviembre de 2018 en el consulado saudita de Estambul. El propio Joe Biden viajó a Riad en 2022 para persuadir a los sauditas de que abandonen una serie de recortes en la producción de petróleo que chocaba contra sus intereses energéticos. Además, le entregó inmunidad a bin Salman tras una demanda en su contra presentada en Estados Unidos por el homicidio de Khashoggi. Estados Unidos necesita a Arabia Saudita de su lado. Sin embargo, le exigía dar un paso sustancial para sellar una asociación total: normalizar sus vínculos con Israel, un plan truncado por ahora por la guerra en Gaza. Pero bin Salman no se quedó al margen. Según el canal público israelí Kan News, Arabia Saudita ayudó a los israelíes a repeler el ataque iraní junto a Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y su vecino Jordania, otro antiguo enemigo del Estado judío.
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